Cuando él llegaba al borde de la cancha, sus compañeros gritaban, sin mirarlo, estamos justos, no juega
nadie más. Cuando volvía del recreo, se hacía el silencio. Cuando sus compañeros estaban aburridos, le tiraban papelitos, piedritas o coscachos limpios.
Pero un día llegó tarde, para asegurarse de que estuvieran todos. Como siempre, cuandó entró al aula se produjo un silencio repentino y luego comenzó el rumor de risitas medio disimuladas. Entonces, él les mostró la boca y les gritó. Les gritó muy fuerte con la boca del arma que sostenía sin temblor no juega nadie más.
Capo, muy bueno el Blog. Hice alguna vez un taller con vos. Me dijistes que escribia raro. Te acordás? Te invito a mi blog: http://bebiendotemprano.blogspot.com/
ResponderEliminarTodavía lo ves al Daniel y al Negro Hidalgo?
ta muy bueno el loko era un rr acsino. jajhajaj
ResponderEliminarMe gusta la narrativa breve. Y en los últimos renglones resolvés una historia de sufrimiento. Me gustó el silencio y las bocas que gritan. Bravo!!
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